miércoles, 20 de diciembre de 2017

kiyoaki


Estoy muy agradecido a la editorial Acen por haber seleccionado uno de mis relatos cortos para su publicación en el libro “Para Olimpia.” El libro está dedicado a un ejemplo de mujer, Olimpia de Gouges y los 70 relatos que lo componen tienen como denominador común la igualdad entre mujeres y hombres.
La selección del mío me anima a seguir escribiendo y a esforzarme todavía mas en una actividad que me apasiona.
El relato es éste:

Kiyoaki

Llevaba en esa posición una eternidad. Kiyoaki era un ser eterno. Había iniciado su camino desde la confusión. Ese era el camino del Tao, la búsqueda del equilibrio a través de la meditación, la perseverancia y el recogimiento.
Kiyoaki había tenido éxito y había logrado ver lo invisible. Poco importaba que su misión durara miles de años, Kiyoaki podía ya fluir como el tiempo y llegaría a su destino siendo inmortal.
Kiyoaki recordaba todo porque los recuerdos son destellos luminosos que iluminan el conocimiento. Había aprendido a controlarlos a voluntad por lo que su sabiduría era infinita. En su largo reposo, pudo desprenderse de conflictos y actitudes destructivas. Su misión era clara: atravesar los confines del universo y dar testimonio de su aprendizaje.
Sabía que no sería una tarea fácil, se dirigía a un lugar en conflicto con la naturaleza, un lugar viciado de vanidad, en permanente pugna de fuerzas opuestas: vida o muerte, pobreza o riqueza, construcción o destrucción placer o sufrimiento, positivo o negativo, mujer u hombre.
Kiyoaki  había conseguido alcanzar la longevidad en plenitud y comprendía la igualdad de lo opuesto como fuerzas que forman parte de una única naturaleza. Kiyoaki no tiene género.







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